viernes, 18 de noviembre de 2011

II parte



Me asenté dos noches bajo un risco. Siempre me ha gustado esa sensación de libertad que se produce cuando estás solo por la noche en lugares elevados y limpios. Odio la ciudad. Reconozco que tiene sus beneficios y compensaciones, pero cuando estoy aquí arriba, desearía no tener que bajar nunca. Dormía en mi saco observando las estrellas sobre mi cabeza. Parecían cercanas.
 Siempre me traen recuerdos las estrellas, y eso me pone triste, pero a la vez es placentero recordar cosas buenas. Suelo llorar. Quizá es por la sensación de pequeñez, por el agobio de lo que no puedes abarcar, y que sin embargo te contempla incólume y distante, pero a la vez cercano. Es extraña mi sensación, pero me permite pensar y planificarme. Decidí seguir hacia el sur, hacia la Patagonia, lejos ya de estas comunas, para mantener el buen recuerdo de lo vivido en ellas, pero las cosas no siempre salen como uno planea, y los hados no me deseaban viajar tan abajo en el plano. Pero para poder seguir con esta historia os tengo que poner en antecedentes de otra, sin la cual no existiría el lugar donde por error fui a parar.
La rubeola es una enfermedad que afecta muy levemente a las persona adultas, e incluso a los niños muy pequeños. No tiene grandes consecuencias para el organismo, pero a las mujeres se las vacuna contra ella. Esto se debe a que, pese a lo inocuo en adultos, posee una enorme capacidad destructiva sobre las mujeres embarazadas; produce graves malformaciones en el feto, y en muchos casos lo vuelve inviable. Lo mínimo que puede ocurrir es que nazcan bebes ciegos y sordos. La vacuna es barata y sencilla de aplicar, y aunque sea un poco dolorosa, es conveniente ponérsela, en previsión; imagina lo difícil que tiene que ser tener un hijo con estas deficiencias, y lo complicado que puede ser para él o ella vivir con ellas.                                                   
 Bien, pues resulta que hace varios años se impulsó una larga campaña a nivel mundial para erradicar esta enfermedad. Se dice que hicieron esta inversión, no por el bien de la humanidad, si no por el enorme gasto que supone para los estados mantener a un enfermo de estas características (ya sea sordo-ciego, retrasado, o ambas cosas) Eso me da lo mismo, el caso es que alguien se equivoco, y se equivocó muy gravemente. Investigaciones posteriores indican que lo que provocó una rubeola latente en esas mujeres fue la propia vacuna, que estaba mal medida, y en vez de potenciar la creación de defensas ante una nueva invasión de ese mismo patógeno, lo que hacía era mantenerlo en estado de latencia hasta que se empezaban a formar nuevas células. Esto ocurre precisamente durante el embarazo, es decir, que estas mujeres supuestamente sanas, portaban en su interior la misma rubeola que comenzaría a desarrollarse en cuanto se quedasen encinta. El número de abortos fue descomunal, pero el incremento de malformaciones congénitas fue algo impresionante. Pensaron incluso que la especie humana estaba abocada a desaparecer por esta extraña pandemia que parecía capaz de reducir la población sana drásticamente. Aún hoy siguen naciendo niños con malformaciones. Por suerte no fue para tanto. A los enfermos se los ingresó en centros especiales donde recibían cuidados constantes pagados por los estados. Pero esos centros eran auténticos guetos, los niños eran completamente incultos, y había muchos que, pese a no poder ver ni oír, poseían una mente perfectamente formada. Para los deficientes mentales graves, tanto daba estar encerrados como no estarlo, no se daban cuenta de nada, estaba aislados, pero alguien inventó un código burdo para los niños con mentes sanas y pronto hubo muchos que quisieron aprender más. La vida no era fácil para ellos, pero algunos grupos lograron residencias mejores, libros en braille y una educación medianamente normal.
Volvamos de nuevo al desierto. Hastiado ya de comunidades con nuevas normas y costumbres había decidido viajar hacia Patagonia. Mi caballo trotaba despacio internándose en el desierto, cuando me topé con el muro. Era claramente de construcción humana, sólido y largo. Por mi posición no podía ver el final por ninguna parte ya que estaba levemente curvado.
 Por encima sobresalían algunas cúpulas, típicas construcciones de esa región y copas de árboles. Continué intrigado hacia la derecha, para ver dónde acababa. No tuve que caminar mucho, pues tras un saliente había una esquina que descendía hacia el desierto. De pronto apareció un indio, supuse que navajo, por ser esa su tierra. Me miró largamente, y cuando se convenció de que yo no suponía ninguna amenaza me preguntó escuetamente que qué hacía allí. Le dije improvisadamente que buscaba un lugar para comer, y a ser posible hacer noche ya que en el desierto refresca mucho por la noche y no quería pasar otra noche al raso. Lo pensé tras decirlo, y resultó ser cierto, tenía un hambre de perros. Traté de hacer memoria para ver si recordaba cuando había probado bocado por última vez y palidecí. Tendría que hacer una parada ya si no quería caer redondo. Le pregunté al silencioso indio sobre la amabilidad de las gentes que habitaban tras el muro, con la esperanza de que me pudieran acoger. Él dijo: -te alimentarán, pero tenga cuidado, son todos sordo-ciegos. No le hice mucho caso. Le agradecí su información y me dirigí hacia la puerta.                                                                                                             
 El contraste era enorme, salía del desierto para internarme en un vergel. Estaba claro que esa gente, fuera quien fuera, tenía acceso a abundante agua, probablemente de Rio Grande. Había unos rieles y los seguí distraídamente. De pronto vi que se acercaba un tipo, montado sobre un pequeño tractor con remolque que iba sobre los rieles. Esperé en la vía a que parase. El tipo llevaba la mano estirada e iba tocando los palos de la cerca que flanqueaba el lado interior de la vía. Tan extraña actitud me resultó curiosa, pero seguí esperando a que se detuviese. Ya estaba muy cerca cuando me percate de que no lo iba a hacer. ¡Ese tío era ciego! Me aparté tan rápido como pude. Junto al muro no había espacio suficiente, así que me pequé a la cerca. El hombre continuaba avanzando con la mano extendida, comprendí que calculaba la distancia recorrida contando los palos de la cerca. Me pegué todo lo que pude, pero aún así, me tocó con la mano. Frenó de inmediato, y por gestos me pidió perdón. Acto seguido me tocó el rostro para reconocerlo en un futuro, me señaló una puerta, y me dio a entender que no debía caminar por los rieles, ya que era peligroso. A mí me lo iba a decir, ¡que casi me atropella! Sonriendo todo el rato hacia mi dirección se alejó sin parar de señalar la puerta mientras contaba los palos de la verja. Me dije que si quería comer, tendría que comprender un poco más a este extraño grupo, ya que si todos eran sordo-ciegos como había dicho el indio, me las iba a ver mal para comunicarme.  Me fui acercando hacia los edificios centrales, y vi a personas de todas las edades, aquejadas todas por el mismo mal. Una comunidad de sordo-ciegos… Me picaba la curiosidad por ver cómo se las apañaban, ya que ahí no eran discapacitados, eran todos iguales, y sin prejuicios. Algunos iban desnudos como en otras comunidades, otros llevaban alguna ropa ligera, lo que les resultaba cómodo. Estaba seguro de que nadie les iba a criticar el mal gusto pues nadie lo apreciaría. Me percaté de que algunos caminaban muy rápido, sin miedo a chocar con nada. Haciendo el mínimo ruido posible para que no se percatasen de mi presencia, me puse a observar. Efectivamente, había una serie de caminos en el suelo, cada cual con una textura diferente, por los que caminaban rápido y sin miedos, cada vez que se encontraban con otro que iba por el sentido contrario se reconocían con las manos cómo las hormigas hacen con las antenas, sonreían algo y seguían su camino. Los que no estaban en los caminos andaban con más cuidado, pero todos estaban haciendo algo. Uno cargaba con un cubo de agua, otro con un panel de energía solar pequeño. Me di cuenta de que tenían un montón, orientados casi en vertical hacia el sol que se esfumaba tras el horizonte. Parecía estar muy bien organizado.

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