Me asenté dos noches bajo un
risco. Siempre me ha gustado esa sensación de libertad que se produce cuando
estás solo por la noche en lugares elevados y limpios. Odio la ciudad.
Reconozco que tiene sus beneficios y compensaciones, pero cuando estoy aquí
arriba, desearía no tener que bajar nunca. Dormía en mi saco observando las
estrellas sobre mi cabeza. Parecían cercanas.
Siempre me traen recuerdos las estrellas, y eso
me pone triste, pero a la vez es placentero recordar cosas buenas. Suelo
llorar. Quizá es por la sensación de pequeñez, por el agobio de lo que no
puedes abarcar, y que sin embargo te contempla incólume y distante, pero a la
vez cercano. Es extraña mi sensación, pero me permite pensar y planificarme.
Decidí seguir hacia el sur, hacia la Patagonia, lejos ya de estas comunas, para
mantener el buen recuerdo de lo vivido en ellas, pero las cosas no siempre
salen como uno planea, y los hados no me deseaban viajar tan abajo en el plano.
Pero para poder seguir con esta historia os tengo que poner en antecedentes de
otra, sin la cual no existiría el lugar donde por error fui a parar.
La rubeola es una enfermedad que
afecta muy levemente a las persona adultas, e incluso a los niños muy pequeños.
No tiene grandes consecuencias para el organismo, pero a las mujeres se las
vacuna contra ella. Esto se debe a que, pese a lo inocuo en adultos, posee una
enorme capacidad destructiva sobre las mujeres embarazadas; produce graves
malformaciones en el feto, y en muchos casos lo vuelve inviable. Lo mínimo que puede
ocurrir es que nazcan bebes ciegos y sordos. La vacuna es barata y sencilla de
aplicar, y aunque sea un poco dolorosa, es conveniente ponérsela, en previsión;
imagina lo difícil que tiene que ser tener un hijo con estas deficiencias, y lo
complicado que puede ser para él o ella vivir con ellas.
Bien, pues resulta que hace varios
años se impulsó una larga campaña a nivel mundial para erradicar esta
enfermedad. Se dice que hicieron esta inversión, no por el bien de la
humanidad, si no por el enorme gasto que supone para los estados mantener a un
enfermo de estas características (ya sea sordo-ciego, retrasado, o ambas cosas)
Eso me da lo mismo, el caso es que alguien se equivoco, y se equivocó muy
gravemente. Investigaciones posteriores indican que lo que provocó una rubeola
latente en esas mujeres fue la propia vacuna, que estaba mal medida, y en vez
de potenciar la creación de defensas ante una nueva invasión de ese mismo
patógeno, lo que hacía era mantenerlo en estado de latencia hasta que se
empezaban a formar nuevas células. Esto ocurre precisamente durante el
embarazo, es decir, que estas mujeres supuestamente sanas, portaban en su
interior la misma rubeola que comenzaría a desarrollarse en cuanto se quedasen
encinta. El número de abortos fue descomunal, pero el incremento de
malformaciones congénitas fue algo impresionante. Pensaron incluso que la
especie humana estaba abocada a desaparecer por esta extraña pandemia que
parecía capaz de reducir la población sana drásticamente. Aún hoy siguen
naciendo niños con malformaciones. Por suerte no fue para tanto. A los enfermos
se los ingresó en centros especiales donde recibían cuidados constantes pagados
por los estados. Pero esos centros eran auténticos guetos, los niños eran
completamente incultos, y había muchos que, pese a no poder ver ni oír, poseían
una mente perfectamente formada. Para los deficientes mentales graves, tanto
daba estar encerrados como no estarlo, no se daban cuenta de nada, estaba
aislados, pero alguien inventó un código burdo para los niños con mentes sanas
y pronto hubo muchos que quisieron aprender más. La vida no era fácil para
ellos, pero algunos grupos lograron residencias mejores, libros en braille y
una educación medianamente normal.
Volvamos de nuevo al desierto.
Hastiado ya de comunidades con nuevas normas y costumbres había decidido viajar
hacia Patagonia. Mi caballo trotaba despacio internándose en el desierto,
cuando me topé con el muro. Era claramente de construcción humana, sólido y
largo. Por mi posición no podía ver el final por ninguna parte ya que estaba
levemente curvado.
Por encima
sobresalían algunas cúpulas, típicas construcciones de esa región y copas de
árboles. Continué intrigado hacia la derecha, para ver dónde acababa. No tuve
que caminar mucho, pues tras un saliente había una esquina que descendía hacia
el desierto. De pronto apareció un indio, supuse que navajo, por ser esa su
tierra. Me miró largamente, y cuando se convenció de que yo no suponía ninguna
amenaza me preguntó escuetamente que qué hacía allí. Le dije improvisadamente
que buscaba un lugar para comer, y a ser posible hacer noche ya que en el
desierto refresca mucho por la noche y no quería pasar otra noche al raso. Lo
pensé tras decirlo, y resultó ser cierto, tenía un hambre de perros. Traté de
hacer memoria para ver si recordaba cuando había probado bocado por última vez
y palidecí. Tendría que hacer una parada ya si no quería caer redondo. Le
pregunté al silencioso indio sobre la amabilidad de las gentes que habitaban
tras el muro, con la esperanza de que me pudieran acoger. Él dijo: -te
alimentarán, pero tenga cuidado, son todos sordo-ciegos. No le hice mucho caso.
Le agradecí su información y me dirigí hacia la puerta.
El contraste era enorme, salía del
desierto para internarme en un vergel. Estaba claro que esa gente, fuera quien
fuera, tenía acceso a abundante agua, probablemente de Rio Grande. Había unos
rieles y los seguí distraídamente. De pronto vi que se acercaba un tipo, montado
sobre un pequeño tractor con remolque que iba sobre los rieles. Esperé en la
vía a que parase. El tipo llevaba la mano estirada e iba tocando los palos de
la cerca que flanqueaba el lado interior de la vía. Tan extraña actitud me
resultó curiosa, pero seguí esperando a que se detuviese. Ya estaba muy cerca
cuando me percate de que no lo iba a hacer. ¡Ese tío era ciego! Me aparté tan
rápido como pude. Junto al muro no había espacio suficiente, así que me pequé a
la cerca. El hombre continuaba avanzando con la mano extendida, comprendí que
calculaba la distancia recorrida contando los palos de la cerca. Me pegué todo
lo que pude, pero aún así, me tocó con la mano. Frenó de inmediato, y por
gestos me pidió perdón. Acto seguido me tocó el rostro para reconocerlo en un
futuro, me señaló una puerta, y me dio a entender que no debía caminar por los
rieles, ya que era peligroso. A mí me lo iba a decir, ¡que casi me atropella!
Sonriendo todo el rato hacia mi dirección se alejó sin parar de señalar la
puerta mientras contaba los palos de la verja. Me dije que si quería comer,
tendría que comprender un poco más a este extraño grupo, ya que si todos eran sordo-ciegos
como había dicho el indio, me las iba a ver mal para comunicarme. Me fui acercando hacia los edificios
centrales, y vi a personas de todas las edades, aquejadas todas por el mismo
mal. Una comunidad de sordo-ciegos… Me picaba la curiosidad por ver cómo se las
apañaban, ya que ahí no eran discapacitados, eran todos iguales, y sin
prejuicios. Algunos iban desnudos como en otras comunidades, otros llevaban
alguna ropa ligera, lo que les resultaba cómodo. Estaba seguro de que nadie les
iba a criticar el mal gusto pues nadie lo apreciaría. Me percaté de que algunos
caminaban muy rápido, sin miedo a chocar con nada. Haciendo el mínimo ruido
posible para que no se percatasen de mi presencia, me puse a observar.
Efectivamente, había una serie de caminos en el suelo, cada cual con una
textura diferente, por los que caminaban rápido y sin miedos, cada vez que se
encontraban con otro que iba por el sentido contrario se reconocían con las
manos cómo las hormigas hacen con las antenas, sonreían algo y seguían su
camino. Los que no estaban en los caminos andaban con más cuidado, pero todos
estaban haciendo algo. Uno cargaba con un cubo de agua, otro con un panel de
energía solar pequeño. Me di cuenta de que tenían un montón, orientados casi en
vertical hacia el sol que se esfumaba tras el horizonte. Parecía estar muy bien
organizado.
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