miércoles, 30 de noviembre de 2011

Antimilitar

Estamos en crisis. No hay dinero para prácticamente nada, y nos toca apretarnos el cinturón. Desde el gobierno malversador viene una receta (una de tantas) y nos sugieren que paguemos de nuevo por lo que ya pagamos (copago lo llaman ellos). Sin embargo 1500 millones del presupuesto se destinaron el año pasado a renovar el armamento de nuestras "gloriosas" fuerzas armadas. Y digo yo, ¿qué pasa? ¿es que les caducan los fusiles? ¿No podrían aguantarse un poquito más con lo que tienen?. Esto sin contar los 700 millones que se deben por el famoso avioncete eurofighter.
Yo insto a nuestros "queridos" gobernantes a que revisen la historia y vean que a este país las guerras que de siempre se le han dado bien han sido las de guerrillas, preguntad a los romanos si no las pasaron canutas luchando contra celtas e íberos. O a los árabes si no es cierto que cuatro soldaduchos españoles en una cueva de Asturias les mandaron de vuelta a casa. tardaron 700 años, eso es cierto, pero es conocido que los de este país no se caracterizan por ser muy trabajadores. Como mejor ejemplo de esa capacidad para guerrear a pequeña escala con buenos resultados está, por supuesto, el 2 de mayo, cuando las fuerzas francesas se encontraron con un ligero problemilla en su bastante bien orquestado plan. Y los maquis y ....
Sin embargo, en cuanto nos crecemos un poco y pretendemos entrar a algo más grande perdemos guerras como churros. Véase la armada invencible, la guerra de cuba etc.
Francamente, si alguno tiene miedo de una invasión extranjera que se consuele con estar en la OTAN, en la ONU y en Europa y que ya tienen ellos ejercito suficiente para lo que haga falta pero que los cuatro gatos que tenemos de adorno gastando pasta se disuelvan pronto.
Esta reflexión absurda y en parte histórica me lleva a pensar en un mundo que, al ver el gesto valiente de un desarme, decida seguir el ejemplo y renuncie a seguir acumulando polvo sobre miles de euros en forma de ametralladoras, misiles...

Y a los que opinan que parte del presupuesto militar se destina a investigación, y que por tanto acaba por revertir en nuestro propio beneficio, que piense si no sería mejor destinar esa misma cantidad a investigación a secas, de modo que no sea necesario esconder secretos para que otros no avancen contigo y desarrollar tecnologías que en vez de matar signifiquen progreso.
Para finalizar esto me lleva al summun de lo absurdo en cuanto a materia militar se refiere. Las armas nucleares. Aunque nos parezca increíble, siguen fabricandose estas bombas, siguen acumulandose y sigue habiendo locos que, en un momento dado no dudarían en usarlas, aún sabiendo que la probabilidad de que todos saliéramos perdiendo es enorme. Es creíble que una bomba nuclear más, por si sóla no destruyese del todo todo lo que conocemos, pero es aún más plausible que en una operación de este tipo se detonasen más artefactos, ya fuera como ataque masivo o en respuesta al ataque.
Hay varios tipos de armas nucleares, algunas de pequeño kilotonaje (no se si existe esta palabra) destinadas a la llamada "guerra antifuerzas", y que destruyen objetivos militares concretos tales como silos, aeropuertos bases... Luego están las armas destinadas a la "guerra antivalores", modalidad consistente en atacar de forma devastadora una o varias poblaciones civiles con el objetivo de causar el mayor número de bajas posible dañando de este modo la moral enemiga. esto fue lo que se hizo en Hirosima y Nagasaki. Se usan bombas con una enorme potencia destructiva.
En la próxima entrada trataré de explicar con una historia y desde mi más profunda ignorancia como sería un ataque militar, como se sobreviviría (si hubiera opción), que es un EMP y unas cuantas utopías dentro de esta gran, pero no muy lejana, distopía.

jueves, 24 de noviembre de 2011

Y luego nos quejamos


Esto tiene también sus añitos. Al final no amplio el encuentro, no me llama ahora mismo.


No llego a entender, la verdad es que me parece alucinante. Y todo por los puñeteros complejos que tiene la gente. De repente ha llegado la moda de hacer anuncios con gente normalucha, incluso feos. Ahora todo el mundo puede ser modelo. No me parece normal...¿Quién demonios hace una publicidad de, por ejemplo, una hamburguesa y la pone destrozada y mal iluminada de manera que parezca algo asqueroso? Nadie! Está claro! Lo que haces es intentar mostrar su lado más atractivo. Sin embargo ahora lo que se lleva es lo de que salga un menda como tú, anunciando una mierda para gente como tú (bien lo dice antena tres "para gente como tú, pringao!") Es incoherente. Está clara la causa de este retroceso en el campo de la publicidad. Las asociaciones de consumidores, que se dedican a demonizar la publicidad como si fuera la causante de todos los males... Manda huevos! pues yo, desde mi medio de comunicación no masivo defiendo la belleza como valor al alza. No quiero ver a seres patéticos como yo anunciando cosas estúpidas, quiero ver a tíos y tías buenas anunciando esas mismas cosas, pero con más glamur. Yo no me siento mal cuando veo a alguien guapo, de hecho me alegro por el/ella. Pero claro, las asociaciones feministas se te van a tirar al cuello como muestres algo semejante al abuso de imágenes femeninas para publicitar algo. Sin embargo, nadie dice nada de los penosos anuncios de detergentes. en los cuales la mujer tonta deja que su niño se manche con kilos de barro chocolate y vino; una vez enmierdado en chaval no sabe la pobre mujer que hacer, hasta que aparece un hombre listo con un detergente en la mano y dice "anda, pon la lavadora con esto que se limpia fijo" Eso sí que es denunciable, en vez de limpiar el al chaval, o en vez de ¡yo que se! cualquier cosa sería menos machista y patética, pero no, eso no hay que eliminarlo, lo que hay que quitar es a la gente guapa de los medios. 
Nos da igual que el mensaje luego sea machista o fascista o algo similar. Lo importante es que nos lo cuente un tío feo, que no nos haga sentir incómodos con nuestros cuerpos de seres normaluchos. Los hay peores claro, otro de detergentes, ese en el que entra una niña en la cocina de su enooorme casa con los patines con tan mala fortuna que tira unos espaguetis por el suelo. Pues la madre, en vez de darla una ostia y después hacérselo limpiar, dice "no pasa nada" y pasa el mocho con no se qué cosa mágica que los borra instantáneamente (tu intenta pasar el mocho por encima de unos espaguetis con tomate, sin barrer antes y ya veras la que lías...) Pero nooo, esto no es publicidad engañosa! que va! además la niña es políticamente correcta, ya que lleva braquets y tiene algún grano, y la madre ronda la cuarentena. Son gente normal, sólo tienen casa que ni con 1000 años de hipoteca podríamos comprar, y fregonas mágicas con efecto antiespagueti...
Conclusión, que con la de mierdas que hay por el mundo me parece patético que haya gente que se dedique a poner a feos en sus anuncios para hacernos sentir normales. En vez de exterminar la belleza del mundo deberían esforzarse por acabar con otras miles de inmundicias que nos rodean, aún sólo en este país, como por ejemplo, el toreo, los anuncios machistas, los grupos nazis etc. Ala a pensarlo y a dejar de traumatizarse cuando vemos a gente físicamente mejor que nosotros. No necesitamos vuestra protección. Somos lo bastante mayorcitos como para saber que nos conviene, que debemos o no ver, si debemos fumar o no, si debemos votar a uno o al otro. Dejadnos en paz!!

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Encuentro


Eric Johansson http://www.ericj.se/

Esta historia la escribí en 2007, acaba como está, pero la estoy continuando de algún modo. Espero que se entienda bien.

Le vi acercarse. Me dio un poco de miedo, pero lo dominé sin problemas. No me gusta que la gente sepa lo que estoy pensando, y mucho menos los desconocidos. Decidí centrarme en que era lo que emanaba su figura que me hacía sentir esa incomodidad al verle. Era desagradable en toda su extensión. Se acercaba raudo con una expresión incriminatoria. Parecía decidido a echarme la bronca, pero yo no vi razones así que esperé a que se acercase para averiguarlo.
Tenía los ojos hundidos, y los labios amarillentos de la nicotina. Caminaba un poco echado hacia delante, como si quisiera mantener la cara muy cerca de su interlocutor. Se paró a menos de un palmo, de modo que sentía su fétido aliento acariciarme la cara, parecía que el vaho podía condensarse en mi cara formando quien sabe que extrañas sustancias. A esta distancia podía apreciar muy claramente sus rasgos. Decidí que lo que me incomodaba de él era absolutamente todo, desde sus manos sudorosas y temblorosas hasta su expresión desencajada. Tenía las pupilas dilatadas. Me pidió un cigarrillo y se lo di deseando que agradeciendo ese gesto se esfumase lo más rápidamente posible. Pero no fue así... Se mantuvo a mi vera buscando desenfrenadamente un mechero entre sus mugrientos bolsillos. Me percate de que llevaba una chaqueta de marino raída, con los puños amarillentos y desgastados. Sus manos temblorosas lograron su objetivo y, os juro que nunca había visto tanta ansiedad en un gesto tan sencillo como encenderse un pitillo. Sus manos temblorosas y brillantes por el sudor se afanaron en la tarea como si en ello dependiera la vida de ese pobre desgraciado. Sus labios besaron el cigarro como si fuera el amor de su vida. Los dedos eran amarillos de la nicotina, hasta el meñique, me sorprendió ver que llevaba dos anillos de matrimonio en el mismo dedo, grabado en uno el nombre de una chica, en el otro, un nombre que intuí que era el suyo propio. Así que su mujer ya no estaba con él... quizás ese fue el detonante de su caída a los infiernos. Quién sabe. De repente sentí lastima de ese hombre que estrujaba el cigarro como si más que aspirarlo quisiera comérselo. ¿Cuál era la causa de que ese hombre hubiera acabado así? Sentí curiosidad y decidí investigarlo, quizás por que me recordaba un poco al rumano que grita frente a la puerta de una pequeña iglesia cercana a mi casa, quizás por que sí, pero pronto descubrí que eso no iba a ser posible. El hombre se había terminado el cigarro y el brillo de sus ojos había vuelto un poco a su estado normal, sacó una petaca del bolsillo del pecho. Ponía sus iniciales, y la primera coincidía con el nombre masculino del anillo. No estaba equivocado al afirmar que era su nombre. Cerró y guardó la petaca y todo cambió. Ya no estábamos en una apacible calle de mi barrio, el ambiente era difuso, pero me recordó a la famosa niebla de Londres. El hombre había crecido y ahora levantaba del suelo varios palmos más que yo. Asustado y desorientado le miré. Pese a ser más alto continuaba teniendo la cara a la misma distancia que antes, pero no estaba agachado. Su cara era más grande y los detalles más desagradables. Abrió la boca amenazante y dejó al descubierto, donde no había huecos, un amasijo de encías destrozadas y dientes negros y rotos. Ya entendía parte de la fetidez del aliento. La luz de la farola le resaltaba los amarillos y parecía ser una aparición en la niebla espesa. Me miró como buscando las palabras y escupió una pregunta de un modo amenazante "¿Estás contento con tu vida?" Lo dijo como acusándome por ello. Yo no le respondí, pero él, como leyéndome la mente me dijo, no quieres hablar de tus problemas por que no te parece en nada comparables a los míos, pero yo no tengo problemas. No se como, pero empezó a echar humo. Este se fundía con la niebla. Sus manos aparecieron pobladas de cigarrillos y con una serie de imágenes mentales me contó su vida. Yo ya estaba convencido de hallarme inmerso en un sueño, una pesadilla. Pero parecía tan real...

sábado, 19 de noviembre de 2011

Tercera parte y final


Me moría de hambre, así que decidí hacer un intento de comunicación con alguien. Antes de nada, me despojé de mis ropas para estar como ellos.
                                                                        
 Toqué a una mujer en el hombro, y ella se giró con la mirada perdida. Sabía que yo era un forastero desde el momento en que la rocé. Me tocó entero para reconocerme, principalmente la cara. Y se señaló el estómago como indicándome que si tenía hambre. Como no había dejado de tocarme asentí. Me tomó de la mano y me llevó al interior. Allí había una enorme mesa con mucha gente sentada. Había llegado en el momento preciso para cenar. Los que estaban fuera iban entrando y sentándose en su sitio. Hablaban con las manos, y también comían con ellas, se estaban poniendo finos, pero no parecía importarles. Era normal, si querían mantener una conversación, tenían que estar en estrecho contacto, pero por otro lado, querían comer, así que se tocaban y comían a parte iguales. Me di cuenta sorprendido de la velocidad con la que se difundía la conversación, era como una ola, iba de uno a otro, y cada uno reaccionaba con la ocurrencia y se la comentaba a su compañero. No era el lenguaje de signos habitual, parecía mucho más complejo.  Tendría que dedicar mucho tiempo si quería dominarlo. Pero ¡qué demonios! Si sólo quería cenar y dormir… Decidí que no, que me quedaría un tiempo, quería comprender más a esta gente, quería saber cómo lo hacían para sobrevivir, cómo vivían, cómo se comunicaban tan fluidamente. De pronto una de las niñas se levantó y se acercó a él. Sonrió abiertamente y le empezó a tocar. Muchos lo habían hecho antes, pero ninguno era tan bonito como ella. Desnuda, suave y cálida. Me dije que ahí tenía otro motivo por el que quedarme. La verdad es que era una muchacha preciosa. No debía pasar de los 16 años, pero a mí eso no me importaba, sabía que en esas comunas los menores no son como en el exterior, son casi adultos formados. Después de tocarme un rato se fue, aparentemente satisfecha, pero sólo para volver a decirme. -¿Cuánto se va a quedar señor? Hablaba bien, no como los sordos que aprenden a imitar las vibraciones de la garganta, hablaba como una persona sin ninguna tara física. Sus ojos azules brillaban. La mire, y devolvió mi mirada, al percatarse de mí asombro se explicó: -Los niños no somos ni sordos ni ciegos, sólo ellos lo son. Lo dijo con un deje de amargura en la voz que me sorprendió desagradablemente. Así que me había estado tocando de arriba a abajo y podía ver… Me hizo gracia. Pregunté que si podía ser mi intérprete, a lo que accedió encantada. Era realmente hermosa.  La pregunté cómo se llamaba, a lo que no me supo responder de inmediato, si no que pensó en una traducción de su nombre táctil. Finalmente respondió, mis padres me llamaron rosada, pues es la idea que tenían ellos del color de los recién nacidos; pero realmente tengo un nombre para cada persona que me llama. -¿Cómo?- pregunté impactado – Un nombre de cada persona… Su nombre era una manera de tocarla, y supuse sin errar que el de los demás sería por el estilo. Resolví ponerles yo mismo los nombres visuales “el sin-un-diente” la “morena” etc. Decidí quedarme unos días y aprender el idioma táctil que usaban. Lo que no sospechaba era la enorme complejidad del mismo. No se limitaba a palabras y gestos, si no que tenía tiempos compuestos, y ellos se comunicaban demasiado rápido como para que yo pudiera comprenderlos. Pero gracias a la ayuda de Rosada logré el nivel de un niño de seis años en poco más de una semana, lo básico para expresar alguna necesidad y comprender alguna cosilla. Necesitaba más tiempo para aprender, pero poco a poco fui progresando. Me di cuenta de por qué iban desnudos; hablaban con todo el cuerpo, incluso con los genitales, a los que no les daban mayor importancia que a las manos o a otras partes sensibles densamente vascularizadas
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Hacían el amor despacio, hablándose suavemente con las caricias que se prodigaban. Poco a poco fui comprendiendo la estructura de su comunidad. Rosada me fue explicando pacientemente la historia de la agrupación, y de cómo habían logrado constituirse socialmente.

Me explicó que una de las integrantes de la comunidad había estudiado mucho, y  había cursado estudios universitarios, de modo que se percató de la posibilidad de cobrar una fuerte indemnización por parte del estado. Decidió reunir a más personas que se hallasen en su situación para establecer una comunidad lejos del maltrato que les prodigaba la sociedad, y que quisieran establecerse en una demanda conjunta al estado, para poder pagar lo necesario para ser autosuficientes. Estudió mucho más, logró ayuda de otros sordo-ciegos. Contrataron a un arquitecto de prestigio que pronto se prendó de las ideas de este grupo y realizó su trabajo sin cobrar casi. También contaron con la ayuda desinteresada de un abogado, que logró un sustancioso acuerdo gracias al cual pudieron contar con terrenos y agua del Rio Grande. Pronto comenzó a funcionar la comunidad; plantaron los campos, nitrificaron con tréboles las tierras de barbecho, repartieron las tareas de un modo muy inteligente, y rápidamente fueron autosuficientes casi por completo. Construyeron incluso un conjunto de invernaderos y estanques que se autoalimentaban es decir, las plantas de los invernaderos producían la materia orgánica suficiente como para alimentar la pequeña piscifactoría que, a su vez, producía los suficientes residuos como para abonar los campos. La ganadería funcionaba de modo semejante, de forma que todo era sostenible y los residuos eran muy escasos. Claro que no por ello vivían mal, contaban con aparatos tecnológicos importantes, tal como el tren que había visto muy de cerca mi primer día, sistemas de alarma, sistemas anti-incendios automáticos etc. La pregunté que cómo reaccionaba el mundo exterior ante su comunidad, y me explicó que eran indiferentes a la mayoría; pero que tenían honestos intercambios con los indios navajos de la zona. No todo era un jardín de rosas, y algunas cosas habían salido mal. En los primeros tiempos habían estado cerca de desistir debido a una gran sequía que destruyó dos cosechas consecutivas, y que les había dejado casi sin recursos. También hubo un episodio de violencia por parte de unos paletos de un pueblo cercano, que les consideraban monstruos. Llegaron borrachos una noche, hacía ya cinco años, en dos furgonetas de trasporte ovino. Bajaron con sus armas y golpearon a los hombres, violaron a las mujeres e incluso prendieron fuego al edificio principal. Por suerte el sistema anti incendios funcionó a la perfección y los daños no fueron muy severos. El arquitecto asustado por la suerte que pudieran correr les ofreció sistemas de protección tales como alarmas y alambradas, pero ellos se negaron. Fue entonces cuando construyeron el muro circundante. No podían tener armas, pues disparar una pistola siendo sordo y ciego podía causar más de una catástrofe, y no precisamente entre las partidas enemigas. Tomaron lecciones de defensa personal, y dejaron de ser esos y esas indefensas a los que los palurdos borrachos del pueblo podían ningunear. Compraron también cinco perros, pero no de estos perros diseñados por ingeniería genética para matar, si no pastores alemanes entrenados por la policía. La segunda y última incursión por parte de esos desgraciados acabó con siete de los quince visitantes no deseados heridos y atrapados. Y ninguna baja por parte de los sordo-ciegos.


Era francamente impresionante que se hubieran organizado tan rematadamente bien. Todos salvo los niños parecían felices. Los niños también, claro, pero tenían un cierto resentimiento hacia los padres. Quizá fuera porque nadie se dejaba ayudar, aceptar la ayuda es la primera fase hacia la dependencia. Quizá había un odio velado de los padres hacia sus propios hijos, por poder estos ver. Sea como fuere, algo no cuadraba exactamente. Por lo demás era tan semejante al paraíso que cuando me quise dar cuenta ya llevaba un mes allí. Comenzaba a expresarme bastante bien en el idioma táctil, aunque cada vez me desesperaba sentir que estaba muy lejos de poder comprender plenamente todo lo que ellos podían llegar a sentir y a expresar con un leve roce. Estaba enamorado de Rosada, por eso no quería irme, pero también estaba enamorado de la forma de “ver” la vida que tenían esas personas. Había olvidado explicar, que la mujer pelirroja (tal y como la conocía yo) que había tenido la idea de fundar esa comunidad se había negado a ser la jefa de nadie. Pese a que ellos sugirieron que debía ser la líder de la comunidad, ella se excusó diciendo que todos eran iguales, y que el poder podía llegar a corromperla. Además, prefería que las decisiones fueran tomadas en asambleas por todos. Así que todos tenían derecho a exponer nuevas ideas a favor de la comunidad. Aunque a decir verdad, el tema que más se debatía estaba en relación con la primera norma que me había explicado Rosada. “No se puede dejar nada en fuera de su lugar” Para cambiar algo de sitio se debía hacer una asamblea, de modo que todos conocieran la nueva colocación del objeto, a fin de evitar accidentes y encontronazos incómodos. Era una norma de lo más racional en esa comunidad, pero totalmente absurda en una comunidad de gente con vista. Quizá por eso fui yo quien me equivoqué. Me explicaré; pasado el tiempo me había dejado incorporarme a algunos trabajos de la comunidad, aunque me seguían viendo como invitado, nunca habían hecho amago de querer que me fuera, y yo estaba a gusto. 
En un primer momento quise colaborar en algunas tareas, pero me lo impidieron, aduciendo que interferiría más de lo que podía llegar a ayudar. Efectivamente, en las tareas que podía hacer solo, como ir a ordeñar a las vacas podía trabajar, pero en las labores de grupo, organizaría un caos enorme. Poco a poco, según iba aprendiendo a comunicarme pude tomar parte más activa en la comunidad. Había tareas que yo realizaba mucho más rápido como localizar un objeto o encontrar un botón, pero tenía que adaptarme a su velocidad. Sin embargo eran mucho más rápidos que yo en habilidades manuales como tejer. De este modo, la producción se descompensaba si yo trabajaba en grupo con ellos, pero pronto logré adaptarme. Fue sin embargo en una tarea solitaria en la que cometí el garrafal error. Venía de ordeñar las vacas, el sol caía ya tras el horizonte, y se me había desabrochado el zapato. Dejé el cubo y me lo empecé a abrochar. De pronto oí un fuerte ruido y vi a una mujer, que se acababa de tropezar con el cubo y lloraba impotente agarrándose la rodilla. Me di cuenta de que había dejado el cubo en un camino rápido. -¡Mierda!-, exclamé. Me imaginé la frustración de esa mujer, que iba caminando muy deprisa despreocupadamente y de pronto se había encontrado sangrando en el suelo. Me acerqué a ayudarla, pero yo sabía que había incumplido la única norma que no se debía incumplir. Hubo un juicio, y yo temí seriamente que me expulsasen; estaba muy a gusto en esa extraña comunidad, y estaba descubriendo sensaciones increíbles. Si me hubieran expulsado lo habría pasado muy mal. Era el segundo juicio que habían tenido que realizar en toda su historia, y ambos habían sido por lo mismo. No había delitos, no había tiempo para que se produjesen disputas ya que no se puede mentir en el lenguaje táctil. Se nota demasiado. Si había un pequeño enfrentamiento, siempre se solucionaba antes de que el rencor o la rabia pudieran crecer, al momento de nacer estaba acabando.
No había robos, ni celos, todos eran iguales y tenían lo mismo, carecería de sentido robar, o querer tener más contacto físico con alguien, teniéndolos todos por igual, hombres y mujeres (la actitud hipócrita hacia la homosexualidad que tenían otras culturas no existía allí, implicaría dejar de comunicarse con la mitad de la población.) En esta cultura sin delitos, había llegado yo a cometer un error… La sentencia fue dura, podía marcharme y no volver, o quedarme y asumir el castigo. Decidí quedarme, casi agradeciendo que me dejasen la oportunidad de quedarme.      
                                                                                        
El castigo fue duro, hicieron un círculo a mí alrededor, y la mujer de la herida en la rodilla me comenzó a golpear. Lo hacía porque la sentencia así lo dictaba, pero lo hacía con lágrimas en sus ojos muertos, como diciendo que lo sentía por tener que golpearme, que me quería igual. Me di cuenta de que el circulo de mi alrededor también me estaba golpeando, pero no físicamente, si no de manera psicológica. Una vez finalizado el castigo estuve largo rato hablando con todo mi cuerpo con la mujer de la herida en la rodilla (a la que pasaré a llamar así a partir de este incidente). Me pareció un castigo razonable para mi delito, y por supuesto que no guardé rencor a nadie por lo sucedido, nada más que a mí mismo, por haber sido tan despistado. Rosada crecía a marchas forzadas, y cada día estaba más hermosa.
                             
Llevaba ya tres meses allí; y decidí marcharme. Comuniqué mi decisión a la gente con la que más relación había tenido, y me organizaron una despedida entre todos los habitantes. Todos querían tocarme para despedirse de mí, y yo estaba saturándome de sensaciones, pero muy a gusto.

Volví a mi fría ciudad. El trabajo y los conocidos. Mi pequeño y agobiante piso céntrico. Nada me llenaba. Traté de volver a adaptarme a un mundo plenamente visual, pero cada día sentía más nostalgia por ese otro mundo que dejaba atrás. Nunca me había pasado esto en ninguna de mis experiencias anteriores, pero era irremediable. Echaba de menos a todos. Era como haber estado en el paraíso y haberme marchado voluntariamente. Menudo estúpido. No sé en qué momento había pensado que mi vida estaba allí, con esos imbéciles petulantes tan preocupados por sus televisores y sus ropajes, por su aspecto físico. No sé en qué momento me sentí tan perdido como para querer regresar a esa mediocridad, a ese mundo de gente lejana, que se llenaban de rencor, y que andaban deseando matarse y violarse los unos y los otros, pero que no lo hacían por culpa de las restricciones externas, tales como la policía y los jueces. Necesitaban tantos apoyos externos… Horrible. Aún así, me quedé casi un año con ellos. Nada había cambiado en sus vidas durante mi viaje, y no parecía que nada fuera a cambiar. Quitando insignificantes detalles, todo parecía funcionar igual de bien (o de mal, según como se mire) conmigo o sin mí. Me había prometido no volver nunca a un lugar en el que ya hubiera estado, pero como siempre me pasa, es más sencillo incumplir las promesas que se hace uno a sí mismo. De pronto, un día de principios de invierno me sorprendí montado en mi coche, conduciendo a toda velocidad hacia el territorio navajo que tan amablemente me había acogido, y que tantas cosas me había enseñado.
                                                                            
Cuando llegué, el muro estaba cubierto de nieve. Entré y me sorprendió encontrarme a muy poca gente. Sólo estaba los niños, tocándose en círculo. Allí estaba Rosada. No vi a ningún adulto. Me acerqué al círculo esperando que me vieran, pero algo fallaba. Sentí que ya no era el mismo paraíso que cuando me fui, pero lo atribuí a las ropas de invierno frente a la desnudez que solía imperar. No, no era eso, Me acerqué más y toqué a Rosada el hombro. Ella se volvió sonriente al reconocerme.

Tenía la mirada perdida. Sus ojos azules habían perdido toda la luz. Era evidente, no veía. Había alcanzado la edad adulta. Por eso había habido roces con los padres, pero ahora ellos ya eran como los adultos, ya estaban todos en situación de igualdad; ya eran todos sordo-ciegos de por vida. La bese, y me quedé inmóvil. Acercó sus manos a mi cara, y suavemente me tocó los ojos, y después las orejas. El mundo dejó de existir, y por fin me sentí plenamente aceptado.
¡Qué felicidad!

viernes, 18 de noviembre de 2011

II parte



Me asenté dos noches bajo un risco. Siempre me ha gustado esa sensación de libertad que se produce cuando estás solo por la noche en lugares elevados y limpios. Odio la ciudad. Reconozco que tiene sus beneficios y compensaciones, pero cuando estoy aquí arriba, desearía no tener que bajar nunca. Dormía en mi saco observando las estrellas sobre mi cabeza. Parecían cercanas.
 Siempre me traen recuerdos las estrellas, y eso me pone triste, pero a la vez es placentero recordar cosas buenas. Suelo llorar. Quizá es por la sensación de pequeñez, por el agobio de lo que no puedes abarcar, y que sin embargo te contempla incólume y distante, pero a la vez cercano. Es extraña mi sensación, pero me permite pensar y planificarme. Decidí seguir hacia el sur, hacia la Patagonia, lejos ya de estas comunas, para mantener el buen recuerdo de lo vivido en ellas, pero las cosas no siempre salen como uno planea, y los hados no me deseaban viajar tan abajo en el plano. Pero para poder seguir con esta historia os tengo que poner en antecedentes de otra, sin la cual no existiría el lugar donde por error fui a parar.
La rubeola es una enfermedad que afecta muy levemente a las persona adultas, e incluso a los niños muy pequeños. No tiene grandes consecuencias para el organismo, pero a las mujeres se las vacuna contra ella. Esto se debe a que, pese a lo inocuo en adultos, posee una enorme capacidad destructiva sobre las mujeres embarazadas; produce graves malformaciones en el feto, y en muchos casos lo vuelve inviable. Lo mínimo que puede ocurrir es que nazcan bebes ciegos y sordos. La vacuna es barata y sencilla de aplicar, y aunque sea un poco dolorosa, es conveniente ponérsela, en previsión; imagina lo difícil que tiene que ser tener un hijo con estas deficiencias, y lo complicado que puede ser para él o ella vivir con ellas.                                                   
 Bien, pues resulta que hace varios años se impulsó una larga campaña a nivel mundial para erradicar esta enfermedad. Se dice que hicieron esta inversión, no por el bien de la humanidad, si no por el enorme gasto que supone para los estados mantener a un enfermo de estas características (ya sea sordo-ciego, retrasado, o ambas cosas) Eso me da lo mismo, el caso es que alguien se equivoco, y se equivocó muy gravemente. Investigaciones posteriores indican que lo que provocó una rubeola latente en esas mujeres fue la propia vacuna, que estaba mal medida, y en vez de potenciar la creación de defensas ante una nueva invasión de ese mismo patógeno, lo que hacía era mantenerlo en estado de latencia hasta que se empezaban a formar nuevas células. Esto ocurre precisamente durante el embarazo, es decir, que estas mujeres supuestamente sanas, portaban en su interior la misma rubeola que comenzaría a desarrollarse en cuanto se quedasen encinta. El número de abortos fue descomunal, pero el incremento de malformaciones congénitas fue algo impresionante. Pensaron incluso que la especie humana estaba abocada a desaparecer por esta extraña pandemia que parecía capaz de reducir la población sana drásticamente. Aún hoy siguen naciendo niños con malformaciones. Por suerte no fue para tanto. A los enfermos se los ingresó en centros especiales donde recibían cuidados constantes pagados por los estados. Pero esos centros eran auténticos guetos, los niños eran completamente incultos, y había muchos que, pese a no poder ver ni oír, poseían una mente perfectamente formada. Para los deficientes mentales graves, tanto daba estar encerrados como no estarlo, no se daban cuenta de nada, estaba aislados, pero alguien inventó un código burdo para los niños con mentes sanas y pronto hubo muchos que quisieron aprender más. La vida no era fácil para ellos, pero algunos grupos lograron residencias mejores, libros en braille y una educación medianamente normal.
Volvamos de nuevo al desierto. Hastiado ya de comunidades con nuevas normas y costumbres había decidido viajar hacia Patagonia. Mi caballo trotaba despacio internándose en el desierto, cuando me topé con el muro. Era claramente de construcción humana, sólido y largo. Por mi posición no podía ver el final por ninguna parte ya que estaba levemente curvado.
 Por encima sobresalían algunas cúpulas, típicas construcciones de esa región y copas de árboles. Continué intrigado hacia la derecha, para ver dónde acababa. No tuve que caminar mucho, pues tras un saliente había una esquina que descendía hacia el desierto. De pronto apareció un indio, supuse que navajo, por ser esa su tierra. Me miró largamente, y cuando se convenció de que yo no suponía ninguna amenaza me preguntó escuetamente que qué hacía allí. Le dije improvisadamente que buscaba un lugar para comer, y a ser posible hacer noche ya que en el desierto refresca mucho por la noche y no quería pasar otra noche al raso. Lo pensé tras decirlo, y resultó ser cierto, tenía un hambre de perros. Traté de hacer memoria para ver si recordaba cuando había probado bocado por última vez y palidecí. Tendría que hacer una parada ya si no quería caer redondo. Le pregunté al silencioso indio sobre la amabilidad de las gentes que habitaban tras el muro, con la esperanza de que me pudieran acoger. Él dijo: -te alimentarán, pero tenga cuidado, son todos sordo-ciegos. No le hice mucho caso. Le agradecí su información y me dirigí hacia la puerta.                                                                                                             
 El contraste era enorme, salía del desierto para internarme en un vergel. Estaba claro que esa gente, fuera quien fuera, tenía acceso a abundante agua, probablemente de Rio Grande. Había unos rieles y los seguí distraídamente. De pronto vi que se acercaba un tipo, montado sobre un pequeño tractor con remolque que iba sobre los rieles. Esperé en la vía a que parase. El tipo llevaba la mano estirada e iba tocando los palos de la cerca que flanqueaba el lado interior de la vía. Tan extraña actitud me resultó curiosa, pero seguí esperando a que se detuviese. Ya estaba muy cerca cuando me percate de que no lo iba a hacer. ¡Ese tío era ciego! Me aparté tan rápido como pude. Junto al muro no había espacio suficiente, así que me pequé a la cerca. El hombre continuaba avanzando con la mano extendida, comprendí que calculaba la distancia recorrida contando los palos de la cerca. Me pegué todo lo que pude, pero aún así, me tocó con la mano. Frenó de inmediato, y por gestos me pidió perdón. Acto seguido me tocó el rostro para reconocerlo en un futuro, me señaló una puerta, y me dio a entender que no debía caminar por los rieles, ya que era peligroso. A mí me lo iba a decir, ¡que casi me atropella! Sonriendo todo el rato hacia mi dirección se alejó sin parar de señalar la puerta mientras contaba los palos de la verja. Me dije que si quería comer, tendría que comprender un poco más a este extraño grupo, ya que si todos eran sordo-ciegos como había dicho el indio, me las iba a ver mal para comunicarme.  Me fui acercando hacia los edificios centrales, y vi a personas de todas las edades, aquejadas todas por el mismo mal. Una comunidad de sordo-ciegos… Me picaba la curiosidad por ver cómo se las apañaban, ya que ahí no eran discapacitados, eran todos iguales, y sin prejuicios. Algunos iban desnudos como en otras comunidades, otros llevaban alguna ropa ligera, lo que les resultaba cómodo. Estaba seguro de que nadie les iba a criticar el mal gusto pues nadie lo apreciaría. Me percaté de que algunos caminaban muy rápido, sin miedo a chocar con nada. Haciendo el mínimo ruido posible para que no se percatasen de mi presencia, me puse a observar. Efectivamente, había una serie de caminos en el suelo, cada cual con una textura diferente, por los que caminaban rápido y sin miedos, cada vez que se encontraban con otro que iba por el sentido contrario se reconocían con las manos cómo las hormigas hacen con las antenas, sonreían algo y seguían su camino. Los que no estaban en los caminos andaban con más cuidado, pero todos estaban haciendo algo. Uno cargaba con un cubo de agua, otro con un panel de energía solar pequeño. Me di cuenta de que tenían un montón, orientados casi en vertical hacia el sol que se esfumaba tras el horizonte. Parecía estar muy bien organizado.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Renovación


Tras varios meses abandonado el escribir he almacenado una serie de cosas que me gustaría compartir con todos los que por casualidad caigan en este blog. Habiendo perdido sentido el fotolog que usaba antaño paso a un sistema ¿mejor? y espero mantener una continuidad o algo semejante. Además aderezaré la publicación con algún dibujillo de mi autoría, aunque la mayor parte de las veces no tenga nada que ver con el texto.

De momento os dejo la primera parte de una historia sobre utopías que escribí hace tiempo. Espero que os guste.

Durante mis múltiples viajes como mochilero por el mundo había conocido vidas muy diversas. Desde la agitada vida de los ejecutivos en Nueva York, hasta los aburridos pueblos del centro de España, pasando por comunas hippies en Francia, ciudades grandes, pequeñas, medianas, bonitas, aburridas, fiesteras etc. Y ahora tenía ganas de conocer la zona de Méjico, justo pasada la frontera de los estados unidos. Tenía entendido que allí estaba surgiendo un conjunto de comunidades independientes, de gente desencantada con los modelos sociales actuales. Pasee por los bosques. Debía ser algo grande, por que bastaba caminar un rato en cualquier dirección para encontrar alguna de estas pequeñas comunidades. Las había de todo tipo, la única característica común eran las ansias de autogestión. A partir de allí cada cual tenía sus costumbres, a cual más extraña. En muchas la gente caminaba desnuda con normalidad, en otras no había jefes, unas tenían impresionantes estructuras construidas por ellos mismos, otros malvivían en chozas. En general eran pacíficos y muy acogedores, así que yo fui viviendo de comunidad en comunidad. Nunca me quedaba más de una semana en cada una. Yo no estaba allí buscando nada, no tenía interés en quedarme en ninguna. Lo único que deseaba era conocer mundo, vivir todas las experiencias posibles en el breve lapso de vida que me quedaba por delante. En mi ciudad natal tenía un pequeño piso, y un trabajo frustrante como cualquier otro. Necesitaba evadirme de cuando en cuando, y estos bosques parecían el paraíso de quien quiere olvidar la rutina.
Todas las comunidades, aún las menos desarrolladas tenían una serie de normas y costumbres que había que aprender; pues no es lo mismo agradecer algo con una sonrisa, que con un beso, ni es coherente estar vestido en una comunidad nudista. Allá donde fueres haz lo que vieres que decía el refrán. Y eso era lo que hacía yo, observaba las comunidades un par de días, antes de entrar en ellas, para saber que debía hacer para ser educado. Tanto daba que las normas las marcase un líder, o la misma comunidad, el caso es que convenía conocerlas.
Tras una magnifica semana en una hermosa comunidad neo-hippie muy bien gestionada decidí hacer noche un par de días yo solo, durmiendo bajo las estrellas, antes de buscar alguna experiencia nueva. Esa semana me había marcado de alguna manera un poco más que las visitas a otras comunas. El pudor por el cuerpo no existía, y todos caminaban sin ropa, pero no era como otros sitios en los que había estado, en los que todos estaban de orgía. Aquí se copulaba, pero nada excesivo, digamos que había una especia de monogamia no escrita, lo que ahorraba no pocos problemas, y creaba alguno nuevo. El caso es que tenían más tiempo para encargarse de los campos y de las infraestructuras. Poseían hasta granjas hidropónicas, y unos establos bastante limpios. Las placas solares cubrían la práctica totalidad de los tejados.
Debían ser de los pocos que no dependían en absoluto del exterior. Con las reservas de los graneros podrían subsistir un par de malas cosechas sin pasar ninguna penuria, además, el molino de agua podía producir también energía, por si se nublaba mucho tiempo, cosa poco común por esas latitudes. Pero lo que me hizo encapricharme con esa comunidad y pasar más tiempo de mis habituales tres días con ellos fue su extraño trato hacia los animales. Los veneraban. Los perros comprendían ordenes de bastante complejidad, casi podría decirse que eran capaces de hablar, cualquiera diría que no lo hacían delante de los invitados por qué no se corriese la voz, y fuera a buscarlos algún circo poco escrupulosos o algún personaje semejante. Cabalgaban sin silla ni estribos, murmurando suaves palabras a los animales. Las vacas pastaban apaciblemente, y se dejaban ordeñar sin dar nunca ningún problema. Podría decirse que estos animales estaban tan a gusto entre esta entrañable gente que se esforzaban por agradarles. Pero lo que más me impactó fue su relación con los animales venenosos, las serpientes y los escorpiones. Tenían un acervo de áspides, serpientes de cascabel, alacranes, escorpiones etc. impresionante. Según parece usaban algunos venenos para fabricar medicinas muy efectivas, pero el problema era que querían tener a todos esos animales sueltos. Me explicaron que privar de la libertad a un animal era un ultraje a la propia libertad humana, y más si la causa de esta privación de libertad se debía al veneno, algo de lo que ni serpientes ni escorpiones eran conscientes de tener, y que usaban razonablemente para cazar y defenderse. En teoría lo comprendí, pero… ¿Y los niños? ¿Y si alguien pisa a uno sin querer?.
Me lo explicaron y me sorprendió; estaba todo pensado, desde pequeños recibían dosis de veneno crecientes, a modo de vacuna, así que cualquier niño de más de 12 años podía ser picado por una serpiente de cascabel sin sufrir más que alguien normal picado por una avispa. De todos modos, hasta estos animales con fama de rastreros eran aquí dóciles y casi obedientes. Tras mi gratificante experiencia me marché buscando nuevos estilos de vida. Pero primero quería unos días para descansar y asimilar todo lo visto. Continuará...